Lo que esperamos es lo que recibimos: El poder de nuestras expectativas sobre la conducta de los niños


 

Las personas hacen más cuando más se espera de ellas. Esta corta pero impactante oración ejemplariza la influencia que nuestras expectativas ejercen sobre la conducta de otros, y en nuestra propia conducta. En palabras aún más simples y directas, si yo espero más de ti, tú me das más. Basada en la imagen que una persona tiene sobre el otro individuo, la creencia, percepción o expectativa de la primera persona puede influir en el rendimiento o ejecución de la segunda persona. Demostrado a través de múltiples estudios psicológicos, en ámbitos académicos esto se conoce como el efecto Pigmalión.

El origen del efecto Pigmalión se remonta a la mitología griega, y aunque existen varias versiones, en todas ellas un tema se destaca: El poder de crear algo nuevo y mejor de material crudo o de materia prima. Pero hay un giro en esta historia: nuestras expectativas (positivas o negativas) son la clave. Con el mito de Pigmalión en mente, en 1968, el psicólogo Robert Rosenthal y la directora de escuela Lenore Jacobson publicaron un libro que causó sensación: Pygmalion in the Classroom (Pigmalión en el aula). En su libro, los autores analizan la manera en que las expectativas de los docentes respecto a sus estudiantes pueden influir en la conducta de los alumnos, específicamente, en la ejecución académica de los niños. Para ello, escogieron 320 niños de una escuela en California a los que les dieron una prueba de inteligencia. Una vez corroboran que no había diferencias significativas entre los niños, escogieron 65 de ellos de los que dieron reportes positivos pero falsos a sus maestros. En el falso reporte positivo se establecía que el niño había obtenido una puntuación alta en la prueba de inteligencia, claramente por encima de la media. El reporte «concluye» que de estos 65 niños sus maestros podían esperar mucho académicamente. Del resto de los niños no dijeron nada. Una vez el año académico concluye, los investigadores repitieron la misma prueba de inteligencia a todos los niños, encontrando que aquellos a los cuales inicialmente señalaron como más inteligentes mostraron incrementos en su cociente intelectual (IQ) marcadamente superiores al resto de los niños. Las discusiones que se desarrollan alrededor de estos resultados todas apuntan en una misma dirección: Las expectativas más altas que sus maestros tenían sobre estos 65 niños terminaron convirtiéndose en una realidad para los alumnos. Aquí entra en función un segundo concepto psicológico: la profecía autorrealizable. Cuando esperamos ciertas conductas de la otra persona, tendemos a comportarnos en maneras que aumentan la probabilidad de que la conducta que estamos esperando ocurra. Contar con «información» donde se indica que los niños poseen un mayor potencial hizo que los maestros, tal vez sin realizarlo, les dieran un trato diferente. Este es un concepto que se ha estudiado hasta la saciedad, y las conclusiones siempre son las mismas. Aquellos estudiantes que sus maestros perciben como más inteligentes o competentes reciben un trato mejor que sus pares: (los maestros) les sonríen más, establecen contacto visual más prolongado, les dan más «pistas» y retroalimentación (feedback), dan más tiempo para que el niño elabore su respuesta antes de pasar a otro estudiante y les hacen más preguntas de seguimiento, entre otras cosas. El niño por su parte, percibiendo este trato diferencial del adulto, tiende a conformarse a la expectativa del adulto. Esta ecuación tiene igual valor en ambos extremos: expectativas positivas o altas influencian conducta positiva y expectativas negativas o bajas influencian conducta negativa. Como consecuencia, la «profecía» se cumple: las expectativas altas de los maestros condujeron a mejores notas en los niños.

¿Cómo estas ideas aplican a la conducta de los niños y a la disciplina en general? Repitiendo, el efecto Pigmalión nos dice que las expectativas que tenemos respecto a los niños contribuyen a moldear o dar forma a sus acciones o conducta. Comunicamos nuestras expectativas (altas y bajas) a los niños a través de nuestros mensajes (positivos y negativos). Nuestras expectativas hacia los niños están «escritas» en todas partes: en nuestras expresiones faciales, en el tono de nuestra voz, en nuestros gestos, en nuestras palabras; en resumen, en nuestra conducta verbal y no verbal. Los mensajes que les enviamos a los niños a través de nuestras expectativas, a su vez, tienen un impacto directo en las cosas que los niños creen de sí mismos, influenciando tanto su autoimagen como su autoestima. En otras palabras, la manera en que tratamos a los niños les comunica lo que pensamos y sentimos en relación a ellos, dándoles una guía sobre cómo sentirse en relación a sí mismos. De manera circular (de los adultos a los niños y de vuelta a los adultos), la conducta de los niños es influenciada por las cosas que ellos piensan que nosotros sentimos hacia ellos. Los niños tienden a hacer lo que ellos piensan que los adultos estamos anticipando que hagan... Y esta es la manera en que las profecías autorrealizables se cumplen.

¿Cómo podemos comunicar expectativas altas a nuestros niños de manera de facilitar un buen desarrollo emocional? Una sonrisa, acompañada de nuestras palabras de aliento y apoyo hacen maravillas en lograr que el niño se sienta apreciado y su esfuerzo reconocido (irrespectivo de un resultado decepcionante). Enseñar a nuestros niños a enfocar en sus fortalezas personales, en lugar de sus debilidades o vulnerabilidades, contribuye a reforzar y aumentar su autoconfianza. Prepararlos para que aprendan de sus errores los anima a tratar de nuevo, aun cuando inicialmente hayan fallado. Nuestros mensajes a los niños deben estar cargados de expectativas altas que los enfocan en su esfuerzo (p. ej. «Verdaderamente estás trabajado duro en este proyecto»), progreso (p. ej. «Ya le estás cogiendo el truquito a las fracciones. Cada vez lo haces mejor») y actitudes (p. ej. «Me siento orgullosa de ti por no darte por vencido»). Pero sobre todo, nunca olvidemos que en las expectativas de los adultos, los niños encuentran las «pistas» o información que necesitan para formar su autoimagen. No los limitemos.

 

También te puede interesar…

Regañar NO es disciplinar: La importancia de entender la diferencia ― Para leerlo, haz clic en este enlace: IR AL ARTÍCULO

¿Por qué es importante que los niños desarrollen su inteligencia emocional (SEL)? — Para leerlo, haz clic en este enlace: IR AL ARTÍCULO

Conoce el método de los cinco dedos para manejar conflicto entre niños pequeños — Para leerlo, haz clic en este enlace: IR AL ARTÍCULO

Cuando enseñamos estrategias de aprendizaje a nuestros alumnos, los empoderamos ― Para leerlo, haz clic en el enlace: IR AL ARTÍCULO

Inteligencia intelectual (IQ) versus inteligencia emocional (EQ): ¿Cuál es más importante? — Para leerlo, haz clic en este enlace: IR AL ARTÍCULO

 

 

Educación > Autoayuda > Disciplina > Emociones del niño

 

Atención maestros y padres: ¿Necesitan un modelo en educación emocional para implementarlo en el aula (o en el hogar)? Entonces, echen un vistazo a este innovador recurso:

RET

La fórmula para educar niños emocionalmente inteligentes

Una guía psicoeducativa para padres y maestros

 

Sinopsis:

Un informativo viaje dentro del fascinante mundo emocional del niño para entender los pensamientos y sentimientos que, de manera negativa o positiva, influencian su comportamiento. Aplicando los principios RET (pienso — siento — actúo), nuestros niños aprenden a superar los retos de sus situaciones personales difíciles, manejando mejor su mundo emocional.

Descripción larga:

«RET: La fórmula para educar niños emocionalmente inteligentes» de Carmen Y. Reyes es una innovadora guía psicoeducativa para padres, maestros y otros profesionales al servicio de los niños. Por décadas, los maestros y personal auxiliar sirviendo a niños con necesidades especiales han usado intervenciones cognitivas-emotivas para ayudar a niños crónicamente disruptivos, en particular, niños con problemas de coraje recurrente y niños agresivos. Siguiendo un sistema de regulación emocional conocido como «Modelo ABC de las Emociones», los niños estresados aprenden cómo su conducta agitada en el punto C (la consecuencia) no es una reacción a lo que les pasó en el punto A (el antecedente), sino una reacción a lo que ocurrió en el punto B (el punto de sus creencias o beliefs en inglés); o lo que es lo mismo, la conducta alborotada del niño en C es una reacción a B; o sea, una respuesta a su creencia o a lo que el niño está pensando y creyendo sobre lo que le pasó. Más específicamente, los sentimientos de coraje del niño y sus conductas agresivas son consecuencia directa de ambos: (a) sus pensamientos negativos acerca de lo que le pasó y (b) su habla privada o personal negativa (las cosas negativas y pesimistas que el niño se está diciendo a sí mismo). Influenciándose mutuamente, los pensamientos negativos y su habla privada pesimista son creados y repetidos hasta la saciedad en la mente del niño en su punto emocional B, o en el nivel de sus creencias. Central a la filosofía RET está la premisa de que las cosas que nos pasan (los eventos) no son ni buenos ni malos; ni positivos ni negativos. Por lo tanto, los eventos no nos influencian; tampoco determinan nuestra conducta o las cosas que hacemos. Lo que verdaderamente nos influencia a comportarnos como lo hacemos es nuestra percepción e interpretación personal de A (del evento). Por ejemplo, al percibir el evento como «horrible y espantoso; una pesadilla», el niño «le pega una etiqueta negativa» a ese evento (el evento fue «humillante» para el niño), y entonces, el niño reacciona a su etiqueta (humillado y en actitud vengativa), en lugar de responder objetivamente al evento actual. Si pensamos esto más detenidamente, podemos darnos cuenta de que en esta premisa RET existe una poderosa idea: Nuestras emociones, positivas y negativas, no ramifican de nuestro medioambiente o de las cosas que nos pasan, sino de lo que pensamos y creemos acerca de las cosas que nos pasan. Esto conduce directamente a un segundo postulado, quizás más empoderante que el anterior: Todos tenemos un alto grado de control sobre la manera en que nos comportamos y sobre nuestra conducta en general. Si no nos gusta la forma en que nos estamos sintiendo (o comportando) en relación a un evento, todo lo que tenemos que hacer es cambiar la manera en que estamos pensando en relación a ese evento. En esta informativa guía en educación emocional, la autora detalla el procedimiento RET para niños, presentando intervenciones especialmente diseñadas para ayudar a los niños a tomar el mando de sus sentimientos, lo cual, por extensión, los ayuda a asumir sus responsabilidades personales y a reclamar el control sobre su propia conducta. El modelo RET y sus procedimientos son apropiados para manejar niños con problemas de coraje, con déficits en destrezas sociales/pobres interacciones, o simplemente para ayudar a niños con conductas típicas, pero que están batallando contra las preocupaciones y pesares inherentes a su crecimiento mental y emocional.

Tópicos desarrollados en esta guía:

Autocontrol

Autodisciplina

Autoeficacia

Autoestima del niño

Autoimagen del niño

Autonomía y responsabilidad

Pesimismo/Optimismo

Dando apoyo emocional al niño

Niños estresados

Manejo del coraje

Conducta del niño

Emociones del niño  

Inteligencia emocional

Pensamiento y razonamiento crítico

 

6x9/122 págs

En formatos impreso y digital

8.00 Edición Digital/16.00 Edición Impresa (USD)

7.20 Edición Digital/14.40 Edición impresa (Euros)

 

***Puedes leer este libro gratis en la aplicación Kindle de Amazon***

 

Para una vista previa (Look Inside), haz clic AQUÍ

Para ver la edición impresa, haz clic AQUÍ

Para su edición digital (Kindle), haz clic AQUÍ

 

 


 

 

 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Regañar NO es disciplinar: La importancia de entender la diferencia

Cómo disciplinar a un niño oposicionista

Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en consecuencias